sábado, 3 de mayo de 2014

HUIDO EN LA TIERRA

     Era como ver un paisaje conocido desde otro ángulo.


ALBERT SÁNCHEZ PIÑOL, Pandora en el Congo.


«Tengo la piel fría. El vello de los brazos erizado como agujas finas, apuntando al norte. Tengo el cerebro lleno de sentimientos, como escalofríos recorren mi cráneo emociones que se encienden para terminar apagándose justo donde empezaron, tras un periplo en el que prendieron más sensaciones que también llevan a cabo su recorrido despertando a su vez más sacudidas en un bucle sin fin.
Así estoy ahora que no me lo preguntas y te limitas a sentarte cerca rozándome con los dedos de tus pies descalzos».
—No está mal —me dice—. ¿Tienes algo más?
Niego con la cabeza. 
—¿Crees que podrás…?
—No lo sé —digo con desgana, sabiendo que no le estoy dando muchas opciones.
Duda un instante, se quita las gafas y las limpia despacio.
—Tan solo esto no lo podemos publicar —me advierte mientras se las coloca de nuevo—. Esperaba varios relatos o incluso los primeros capítulos de una novela. ¿Tienes una crisis?
Niego otra vez con la cabeza.
—Santiago… Dos meses para dos párrafos escasos... Como tu editor estoy decepcionado.
Lo dice despacio, con mucha cautela. Sin querer ofenderme cuando debería haberme tirado el folio a la cara.
—Te dimos un adelanto.
Afirmo con la cabeza y hago una mueca de resignación con la boca. 
—No sé qué podemos hacer…
—Dame algo más de tiempo.
Como pronuncio más de tres palabras seguidas y le doy un camino a seguir se entusiasma.
—Eso vamos a hacer. De aquí a un mes me gustaría ver al menos ocho o diez relatos, para ir seleccionando alguno y ver si podemos publicarlos en la revista. Tu nombre tiene que seguir en el candelero.
Me levanto. Amago una sonrisa, le doy la mano y salgo del despacho sabiendo que le dejo allí sentado, inseguro de sí mismo y con muchas dudas sobre mi trabajo. Menos mal que no se ha dado cuenta de que llevo puesto el pijama debajo de los pantalones de pana y de la única camisa limpia que me quedaba a mano.
Me doy perfecta cuenta de que he salido a la calle porque hace mucho calor. El pijama me está matando, así que decido quitarme el pantalón y la camisa y seguir caminando con él puesto. Es bastante moderno así que cualquiera lo puede confundir, al menos con una prenda de deporte o algo. Es igual. 
He aprendido muchas cosas desde que llegué al planeta Tierra. Pero metí la pata al escoger a este escritor como vehículo para mis indagaciones. La noche que lo encontré estaba borracho como una cuba gritando barbaridades. Ahí aprendí lo que es una resaca, el tipo debía llevar más de diez noches bebiendo. Luego tuve que aprender a qué se dedicaba y con quién se relacionaba. En eso  sí acerté: no tenía muchos amigos; menos trabajo para mí. Tan solo otro escritor como él que viene a su casa, bueno, ahora a mi casa, para hablar sobre lo que está escribiendo. Y eso es todo lo que hace, hablar. No escucha. Mucho mejor porque tampoco hubiera sabido qué decirle.
Con el tiempo he aprendido a ser un perfecto imbécil. En parte porque él también lo era, pero también porque es la mejor forma de triunfar. Y por lo que estoy viendo casi todo debe funcionar así. La gente amable es feliz con los suyos, simpáticos la mayoría también. Pero no triunfan. Se dedican a estar juntos, reírse, hacer pequeños viajes con el poco dinero que han ido juntando a lo largo del año, a estar con sus familiares antes de que se mueran, o morirse ellos… En realidad parecen gente simple pero desde mi punto de vista no lo veo tan sencillo. Hay emociones que no he aprendido a interpretar, o que tal vez no tengo. Al cenutrio que regento lo calé rápido. Menudo ejemplar. 
La gente me mira pero me da igual. Sé que soy conocido, si alguien me graba un vídeo en pijama por la calle mucho mejor, he decidido asumir el papel de escritor atormentado, medio loco. Y gilipollas. Me vendría de cine alguna foto en un periódico para extender el rumor.
Ya estoy llegando a casa. Debería escribir algo pero no sabría sobre qué hacerlo. Lo que le he llevado al editor lo encontré por aquí tirado. Algunas personas escriben historias y parece que les sirve para deshacerse de algo que no les abandona de ninguna otra forma. A éste ya no le queda nada dentro, me parece. Cuando me marche a otro planeta su carrera se habrá hundido. Pobre.
Voy a buscar algún otro escrito por aquí, tal vez en la mesilla guarde algo interesante. Aquí hay un cuaderno entero. Pero solo repite una y otra vez las mismas frases: «No te rindas, no eres un extraterrestre, no eres un extraterrestre, no lo eres, no lo eres, no lo eres…».


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