miércoles, 25 de diciembre de 2013

UN DÍA INOLVIDABLE

     Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.


AUGUSTO MONTERROSO, Movimiento perpetuo.


Todo estaba en orden y lo sabía. Pese a ello, decidió repasar la lista una vez más: cámara de fotos compacta, cámara de vídeo, dinero, lubricante, ropa de colegiala y preservativos; aunque no estaba del todo seguro de tener que utilizar esto último, todo dependía de los resultados de las pruebas. El resto del equipo lo llevaba el de producción, no sabía a quien le habían asignado todavía para esa escena.
Se subió al coche tras meter todo en el maletero y puso rumbo a la casa en las afueras de la ciudad. Ya había rodado allí una docena de veces y otras tantas en dos o tres casas más. Llevaba casi un año trabajando para esa productora de cine porno y parecían estar contentos con él, o por lo menos cada vez tenía más trabajo.
Mientras se dirigía a la casa abrió la ficha técnica de la escena. No le llevaba más que dos minutos leer el argumento y montarla en su cabeza. Esta vez no fue diferente: la película llevaba por título “Vecinitas 4”, con lo que sabía de sobra cómo se desarrollaría. Por lo que le dio tiempo a leer de semáforo en semáforo, unos vecinos llevaban una tarta de bienvenida al nuevo inquilino de la casa de al lado. El padre, la madre y su hija, de veinte años. Los padres se tienen que marchar porque les llama un familiar por teléfono, la abuela sale del hospital y van a recogerla, es su hija la que se queda a comer la tarta con el vecino. El resto, pura rutina. 
Se fijó que no especificaba si debía ser una escena de sexo duro por lo que supuso que lo dejaban a su elección. Mejor, prefería escenas más cuidadas, delicadas dentro de lo que se pudiera permitir. La película tenía cinco escenas de sexo más, dirigidas por otros directores, algunos de ellos de renombre dentro de la industria. Buena noticia para él. 
Era increíble, pensaba, la cantidad de dinero que podían mover esas películas y el poco tiempo que costaba rodarlas, sobre todo si el actor podía llevar a cabo su cometido sin mayores percances. En una hora u hora y media, tal vez dos, la escena quedaba rodada. El trabajo de montaje llevaba un par de horas más y todo listo.
Llegó a la casa sin casi darse cuenta, bajó del coche y saludó con la cabeza al resto del equipo: un cámara más y el de producción. Los conocía, pero no simpatizaba demasiado con ninguno de ellos. Se dio cuenta al ver a los actores que no se había parado a pensar en ellos. Con el chico ya había coincidido, trabajaba bien, tenía aguante y daba bien en cámara, no era feo y su cuerpo estaba trabajado en gimnasio.
—¿Es anal? —preguntó la actriz, aparentemente nerviosa, nada más que lo vio.
Hizo un gesto con la cabeza para decirle que no. Debía ser bastante nueva porque no la conocía. Además, eso ya debía saberlo ella antes de empezar. El anal se pagaba más que la penetración simple y presentaba el problema de tener que drogarse con Popper o alguna droga similar para relajar el ano, cosa que en ocasiones atontaba a algunas actrices hasta el punto de adormilarlas.
—¿Tenéis los resultados de las pruebas? —preguntó.
Se las enseñaron. Todo normal, ninguna enfermedad de transmisión sexual. Ninguno de los dos. 
—Sin preservativo entonces.
El chico sonrió. Siempre era más fácil sin preservativo. De todas formas no pareciera uno de los que usaran Viagra.
—¿Falta algo o alguien? —preguntó cuando todos estuvieron en el salón.
—Ha llegado ya mi mujer para hacer de madre, sólo faltaba ella —apuntó el de producción.
—Empezamos entonces.
Los actores se vistieron y comenzaron a acariciarse y a masturbarse un poco antes de empezar a rodar. Era necesaria una buena erección antes incluso de bajarse los calzoncillos. Un pene fláccido no gustaba a nadie delante de una cámara.
La chica se mostraba muy reticente al contacto físico, cuando se fijó bien era el chico el único que manoseaba el cuerpo, incluso el suyo propio, ya que ella continuaba con la ropa puesta sin haber tocado ni tan siquiera el vestido de colegiala para empezar a ponérselo. Acabó de montar las cámaras y comenzó a grabar, a veces le pedían material para las escenas de “detrás de la cámara” o “tomas falsas” si las había habido. Tenía confianza en que la chica entrara pronto en calor, el actor comenzaba a excitarse considerablemente, hasta tal punto que ella se había distanciado unos centímetros y ya no se dejaba acariciar. Se dirigió a ella con mucha tranquilidad.
—¿No es tu primera vez?
—…
—¿Lo es?
—Delante de una cámara sí. Y su pene me da miedo.
Se acercó hacia la bolsa que había traído y cogió el lubricante.
—No debes preocuparte por su tamaño. Esto —dijo, dejándoselo ver de cerca— hará que se deslice dentro de ti como si fuera un lápiz. Y cuando empieces a humedecerte ya no te hará falta.
Sumergido en la explicación no se dio cuenta del ruido que provenía de la calle. La puerta de la casa se abrió de golpe, cayendo dentro el cuerpo sin vida de la mujer del de producción, atravesada por una estaca.
—¡Moriréis todos bastardos! ¡Pecadores! —comenzó a gritar la chica, mientras mostraba una sonrisa enloquecida acentuada por el exceso de maquillaje.
El miembro erecto del chico fue seccionado por una espada segundos antes de que una estaca entrara por la parte de atrás de su cerebro y saliera a través de su ojo derecho. El de producción se ahogaba ya en su propia sangre y el cámara peleaba inútilmente contra tres de aquellos enloquecidos cuando el director reaccionó y salió corriendo empujando a la chica a un lado. Corrió e intento salir por la puerta de atrás, pero la encontró cerrada. Dio un repaso mental a la casa cerciorándose de que no había otra salida posible. Cuando terminó la chica ya se acercaba a él.
—¿Buscas esto? —preguntó, burlona, enseñándole las llaves.
—Qué estáis haciendo… —dijo, con los ojos abiertos de par en par al ver como traían colgando la cabeza del de producción separada de su cuerpo, como si fuera consciente por primera vez de lo que estaba ocurriendo.
—Somos los protectores de la castidad. Los únicos que sobrevivirán cuando llegue el final —explicó, el que parecía el jefe de todos ellos—. Has tenido suerte, o bueno, según se mire, tú le contarás al mundo entero por primera vez quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos. 
—Lo grabaremos todo con tu camarita —dijo ella con los ojos abiertos de par en par.
Todos rieron a carcajadas.
—Y no te preocupes —advirtió la chica, mostrándole un bate de béisbol—, antes de que te hayas desmayado ya te habrá entrado enterito.


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