domingo, 7 de abril de 2013

ADIÓS TREN

     Entonces extraje la libreta y empecé a escribir esto, para leérselo a ella cuando estuviéramos otra vez en casa, para leérmelo a mí cuando estuviéramos otra vez en casa. Otra vez en casa. Qué bien sonaba. Y sin embargo parecía lejano, tan lejano como la primera mujer cuando uno tiene once años, como el reumatismo cuando uno tiene veinte, como la muerte cuando sólo era ayer.


     MARIO BENEDETTI, La sirena viuda.


     De repente entras en mi cuarto, sin llamar.
     —Lo siento.
     —A veces dices cosas que duelen —digo tumbado desde la cama—. Ya pasará, no te preocupes.


     —Cagón, ¿a que estás cagando? —preguntas desde el otro lado de la puerta.
     —¡SÍ! —respondo  molesto.
     —¡Lo sabía! —te oigo decir mientras te marchas.


     Tu voz se va apagando. Tu garganta se quiebra. Estamos en la cocina, por la mañana. Te abrazo en silencio.
     —Gracias  —susurras.


     Me preguntas por cualquier tema sin importancia. Los dos estamos tumbados en un sofá: tú en el pequeño, yo en el grande. Cuando te estoy respondiendo me interrumpes cambiando bruscamente el objeto de la conversación. “Contestar rápido y con monosílabos la próxima vez”, apunto mentalmente.


     Te acabas de arreglar. Te despides de mí y de nuestro compañero de piso. Llevas un vestido negro sin escote encima de unas medias negras.  Te queda demasiado bien. Noto como salivo mientras te das la vuelta y te marchas. Noto que lo has notado.


     Has discutido con él. Con aquel humorista famoso con el que quedabas tan a menudo, te ha levantado la voz y prácticamente te ha echado de su coche. Jamás lo volverás a ver. 


     Discutes con nuestro compañero de piso. Yo no tomo partido. Eso te irrita. Acabas metiéndote en tu cuarto dando un portazo. Tenías razón en todo. Él no entiende nada.


     Mandas un mensaje por el móvil.
     —Le he enviado un mensaje a un antiguo ligue, le he preguntado si está libre esta noche.
     —Qué bien —contesto distraído.
     —¿Estás depilada?, me acaba de contestar.
     —Joder…
     —Sí, es un poco bruto, pero tiene una polla… Me voy.
     Yo también fornico esa noche. Del nombre de la chica ni tan siquiera me acuerdo. Sí recuerdo que se enfadó conmigo porque a la noche siguiente estaba con otra.


     Me levanto con mucha resaca. Tú ya estás tirada en el sofá grande. Te duele la cabeza. Me siento en el sofá pequeño. De repente te incorporas despacio y coges un paquete de pañuelos de la mesa. Por un momento, mientras abres el paquete coges un pañuelo y lo cierras, veo tus tetas. Estás muy inclinada y casi nunca llevas ropa interior debajo del pijama. Me gusta lo que veo.


     Te has comprado ropa. Me la estás enseñando. Yo estoy enfermo, tengo algo de fiebre. Estoy sentado en el sillón mientras me hablas con ese acento tan meloso y característico de las gallegas. 
      —¿Tanto te importa lo que piensen de ti los demás?
     —¡No! Yo no me compro la ropa por lo que piensen los demás cuando me ven. Yo me la compro para mí.
     Me has convencido aunque no te lo digo. Cuando terminas y te doy mi veredicto, te acercas y me das un beso en la mejilla, dándome las gracias. Después me preparas una infusión que me despeja la tos y me repone casi al cien por cien.


     Te vuelves a quejar. Siempre andas diciendo que la gata que vive con nosotros recibe más mimos que tú. Y tienes razón. La gata es de nuestro compañero de piso. Él la quiere mucho. Nosotros también.


     Nos tumbamos en los sofás a ver una película de Woody Allen. Nos reímos.  Tú te ríes más. Me gusta cuando ríes. 


     Te fumas un porro. Estamos cuatro en casa: los tres que vivimos en ella y una amiga común. Jugamos un rato. Me muerdes la nariz y me colocas una flor en el pelo. Nos hacemos fotos. Te colocas un pañuelo cubriéndote la cara: sólo se ven tus ojos, tan azules.


     Salgo a tomar algo y termino en casa con una chica medio virgen pero con muchas ganas. Nos caemos de la cama varias veces. Rompemos el flexo que estaba en la mesilla. Por la mañana le pido que se marche, tengo mucha resaca y no quiero fornicar otra vez. Esa misma noche tú te besas con tres chicos pero no fornicas con ninguno.


     Estoy enamorado de otra. Se lo digo. Ella tiene novio pero aún así sucede. Con el tiempo me hará daño. Al final la echaré de mi vida y ella ni siquiera sabrá por qué, o no lo querrá saber.


     Tú empiezas a salir con dos chicos. Uno es de Madrid, el otro vive en Santiago. A ti te gusta más el de Madrid. 


     Salimos a tomar algo tú y yo. Ya no mantenemos relación con nuestro compañero de piso. Me cuentas por qué terminaste con el chico de Madrid a pesar de que tenía una polla enorme que no te entraba en la boca. Yo te cuento que no sé muy bien qué hacer con lo que siento. Estoy perdido y lo sabes. Me escuchas. Me cuidas.


     Llegamos a casa después de tomar algo con unos amigos comunes. Me siento en la silla que hay en tu cuarto mientras tú recoges la ropa y ordenas unos libros. 
     —Tú eres un tío genial —me animas—, tienes que darte cuenta.
     —Tú también.
     Nos damos un abrazo. Me voy a mi cuarto aunque me quedo con ganas de más. De mucho más.


     Llegas al piso un poco borracha, has ido a la comunión de tu primo. No llevas las gafas. Me enseñas tus ojos azules. Yo estoy en mi cuarto terminando un trabajo. Llevas una camiseta de tirantes blanca, muy ajustada. Unos pantalones vaqueros muy ceñidos, que marcan perfectamente ese culo al que yo llamo cariñosamente “culo pollo”. A ti te gusta que lo llame así. Y a mí me gustas tú.


     Es junio, la noche de San Juan. Vamos a una hoguera. Al principio solos tú y yo, luego se nos une más gente. Al final nos vamos a un bar a jugar al ajedrez. Noto, aunque no me lo reconozco a mi mismo, que te empiezo a gustar. 


     —¿Tú te liarías conmigo? —me preguntas en mi cuarto.
     —Somos compañeros de piso.
     —Ya estamos con las cobardías: dentro de poco lo vamos a dejar de ser.
     —Sí —te miro—. Me liaría contigo.
     —Pues el otro día cuando te dije que estaba mimosa…
     —Dormimos juntos.
     —Ya… pero no sólo quería eso —Y te vas.


     Vamos a la playa. Tú te quedas sólo con la braga del bikini. Yo no puedo dejar de mirarte. Hay más gente, pero apenas reparo en los demás. Salivo al imaginarte encima de mí.


     Vamos en tu coche, me estás ayudando con unos recados. Noto que estamos atravesando una línea. Estamos rompiendo las fronteras que separan a dos personas. Esa noche cenamos en un parque a la luz de las velas. 


     Estamos tumbados en mi cama, faltan dos días para que me vaya. Es de noche, llevamos hablando un rato. Mucho rato.
     —Quítame ya la ropa  —me dices cansada de la conversación.
     Lo hago. Meto la mano por debajo de tu camiseta escotada. Te desnudo, me desnudas; te chupo, me chupas; te penetro. Noto como te excitas, como te mojas. Te corres. Tus ojos azules dejan espacio al blanco y te chupas un dedo. Me corro y te beso la nariz.
     —Muérdeme el culo hasta que me quede dormida —me pides.
     Lo hago encantado.


     Nos pasamos todo el día tirados en la cama. Hablando, acariciándonos. Quieres hacer el amor otra vez. Yo no lo consigo, pero te masturbo hasta que te vuelves a correr, tú me enseñas cómo debo hacerlo. Te ha gustado y repites. 


     Es nuestra última noche juntos. Estamos de fiesta en un bar. Tú te metes en el baño y yo voy detrás. Nos besamos. Me tocas. Te toco. Salimos de allí antes de que sea tarde.
     —Me encontraba mal y ha entrado para ver qué tal estaba —te disculpas ante nuestros amigos.


     Ya no estoy contigo. Llevo un mes en mi ciudad. Hablamos por teléfono, por Internet. Pero ya nada es lo mismo. Cuando conectamos me siento frustrado. Y cuando no, me mosqueo. Tú te cansas de eso. 


     Discutimos. Tú tenías razón. Se nos pasa, volvemos  a conectar. Me vuelvo a frustrar.


     Te propongo una escapada, los dos juntos. Tú me dices que no. Te digo que no estoy cabreado, pero lo estoy.


     Han pasado varios meses. Te llamo por el día de tu cumpleaños dos veces. No respondes. 


     Me envías un mail pidiéndome disculpas por no cogerme el teléfono. Ya es tarde. He decidido sacarte de mi vida para siempre, estoy harto de todo, no debo seguir así. No quiero saber nada de ti, aunque con el tiempo me arrepentiré. 


     Adiós tren.
  

                  

LICENCIA

Licencia de Creative Commons
Cunetas secundarias by Cunetas secundarias is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en cunetassecundarias.blogspot.com.