domingo, 11 de noviembre de 2012

DESDE EL HOSPITAL

     Deberíamos vivir a posteriori. Decidimos demasiado pronto.


DANIEL PENNAC, Los frutos de la pasión.


Varón, cuarenta años, pelo cano. De pie, en la barandilla del balcón de su cuarto piso. Nadie lo ha visto todavía. Se va a suicidar cuando apenas unas horas antes esquivó la muerte por desearla tanto.
Javier hacía meses que era incapaz de escribir nada. Un par de libros publicados, el primero de relatos y una novela corta eran todo su bagaje. Sus editores comenzaban a cansarse y el dinero se terminaba. Decidió dejar su trabajo como administrativo porque le estaba matando, porque quería escribir. Y ahora moría de una enfermedad distinta. Se puso todo a su favor cuando ganó aquel concurso de relatos que conllevaba como premio la publicación de un libro. La calidad de los relatos sorprendió a sus editores y decidieron apostar por él. Después publicó aquella novela corta, correcta según la crítica más severa, y apasionante para el público en general a juzgar por cómo se vendió. Y se terminó su inspiración. Como se baja un telón. Como se termina la vida. 
Sin embargo lo que a Javier no le permitía seguir viviendo era la falta de sentimientos hacia todo aquello que le rodeaba. Parecía haberse vaciado en las líneas de aquellos libros. No sentía ya nada por su pareja actual. No le apetecía ver a sus amigos. Tampoco a su familia. Cuando se iba a la cama deseaba, fuertemente, apretando los ojos, pidiéndolo en voz baja, hibernar. Hibernar hasta que pasase el frío en el que vivía.
Horas antes de subirse a la barandilla del balcón, cuando esperaba a que le llamaran para realizar un trámite administrativo, decidió sacar el libro que estaba leyendo y un bloc de notas para, tal vez, conseguir apuntar alguna idea de la que pudiera arrancar, aunque tan solo fuera eso, un relato corto. Cuando lo hizo, las personas que estaban esperando en la sala, a su alrededor, comenzaron a chismorrear, no todas, pero sí la suficientes como pare que Javier se sintiera incómodo. E incluso llegó a escuchar críticas, llamándolo, sin que pretendieran que llegara a sus oídos, pero en tono de mofa: intelectual. Cabreado y tras lanzar una mirada furiosa a la mujer a la que creía habérselo escuchado, salió de allí, sin tramitar lo que había ido a tramitar y pensando que  el país tenía lo que se merecía con gentuza como esa por todos lados. Justo cuando doblaba la esquina para entrar por un túnel que pasaba por debajo de las vías del tren, un tipo alto, con barba y con una navaja en la mano, le detuvo.
—Dame todo lo que tengas y calladito —le ordenó—, que me sobran cojones para pincharte aquí mismo. 
Lo primero que pensó Javier es que el ladrón era un profesional, pues parecía haber repetido esa frase, o cualquier otra similar en numerosas ocasiones. En esos instantes se cruzaron en su cabeza varias ideas que había tenido a lo largo de los últimos meses. Por un lado, no quería seguir viviendo y le daba bastante igual cómo buscarse esa circunstancia. Ensartado o desangrado a manos de aquel hombre era una posibilidad como cualquier otra. Por otro, llevaba tiempo pensando en vivir emociones fuertes, para ver si eso reactivaba su inspiración. Por lo tanto aquel suceso era una oportunidad, tal vez la última.
—¿No tienes a nadie más a quien robar?
—¿Pero qué cojones dices? Mira, no te me hagas el listo — sujetó a Javier por el abrigo y acercó la navaja al cuello. Podía sentirla.
—Menudo valiente. ¿Por qué no te vas a robar  un banco? ¿A eso no hay huevos verdad? 
El ladrón empezaba a estar desconcertado.
—Ahí hay mucho más dinero del que yo te pueda dar. Y seguro que se lo merecen más que yo. O que otro currante que pase por aquí…
A esas alturas más personas se acercaban al túnel, se oían sus pasos. El hombre dudó, pero finalmente separó su navaja del cuello de Javier y con una mirada avergonzada, agachó la cabeza y se fue.
Nada, pensó Javier. No sentía nada.
Y ahí se encontraba ahora. Tras una discusión telefónica con su pareja, con la que habían dado por finiquitada su relación y después de leer un mail serio, cortante, de su editor llamándole a su despacho, había decidido quitarse la vida. Pero más por la pereza de buscar a otra persona con la que estar o por la idea de volver a su antigua oficina de trabajo, o a otra parecida, que porque no se esperara alguna de las dos cosas o realmente le importaran. 
Ni tan siquiera la gente me ve, pensó. Nadie se había percatado de su presencia en el balcón. Bueno sí, descubrió de pronto, un perro sí lo había visto. El único testigo de su salto. Coherente punto final a sus últimos segundos con vida. Y saltó. Y fue justo cuando despegaba los pies de la barandilla, tras pasar el punto de no retorno, que pensó que no estaría mal escribir esa historia, el día que había vivido, y que incluso podía llegar a estirarla y escribir una novela corta.

LICENCIA

Licencia de Creative Commons
Cunetas secundarias by Cunetas secundarias is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en cunetassecundarias.blogspot.com.