domingo, 28 de septiembre de 2014

ENTRADA ACLARATORIA IV



          Es bastante probable que durante los cuatro o cinco próximos meses, se reduzca mucho, o incluso desaparezca por completo, mi actividad en el blog.
            Durante este periodo de tiempo de inactividad viviré en otro país y no creo que pueda sacar tiempo para escribir y subir relatos. Espero volver cargado de experiencias que me sean útiles para continuar escribiendo a mi regreso.
           

   Gracias.          

lunes, 22 de septiembre de 2014

NI VERSOS NI LIBRES III

I

La bola de metal se disuelve en el agua como un azucarillo.
El ahora, giro a giro, aleja lo vivido; inconsciente de ser fábrica de pasados venideros.


II

Luce el sol entre los escombros.
El torbellino arrasa con todo sin transformar su esencia: los escombros no dejan de serlo, les dé uno el desorden que quiera.


III

Comenzó el irreductible repiqueteo de los tambores.
La sed y la posibilidad de agua; la lluvia y la proximidad de cobijo; el letargo y la oportunidad del viaje... Son uñas largas, nerviosas, que arañan el estómago por dentro.


lunes, 8 de septiembre de 2014

ESPERANDO A IRENE ADLER


     El sol parecía enfocado hacia sus ojos, como si alguien allá arriba, manipulara una lámpara de mesa para cegarle el camino. Cuando miraba en otra dirección miles de pequeños puntitos luminosos aparecían y desparecían impidiéndole la visión completa, entonces reaccionaba y pestañeaba pudiendo ver de forma más nítida el entorno. Pero irremediablemente debía mirar al frente para no chocarse y de nuevo el sol volvía a cegarle.
Entre una fase y otra de esta pelea en la que le iba a resultar imposible proclamarse ganador, al menos hasta que el sol abandonara el campo de batalla, sufrió el accidente que le postró en la cama y que me ha llevado a mí a escribir este texto. La mayoría de las frases grandilocuentes son suyas, los detalles que sostienen y dan coherencia a este entramado de palabras, míos. 
En el hospital estuvo cerca de una semana sin poder moverse y casi sin fuerzas para hablar. Yo que soy su nieto y lo conozco, sé que no solo fue por el accidente. Mi abuelo llevaba años sin coger el coche, terminó harto de él, trabajando como trabajaba de repartidor por los pueblos de la provincia. Cuarenta años de recorrer carreteras y casi sin un percance, nos decía siempre. Tuvo que sacar a mi padre y a mi tía adelante él solo, mi abuela murió en el parto de sus hijos, mellizos. Lo que significó a efectos prácticos tener que agarrarse con uñas y dientes a su trabajo, el único que conoció.
Hablé con él y le pregunté, cuando estábamos a solas, el motivo por el cual había cogido el coche, sospechando como sospechaba que ahí estaba el quid de la cuestión. No quiso contestarme, testarudo a sus recién estrenados ochenta años. Entonces le propuse un intercambio de secretos: yo le contaba uno y él otro. Tonterías, me espetó malhumorado. Pero le pudo la curiosidad. Y entonces le confesé mi intención de dedicarme a escribir, le conté que me habían publicado varios relatos y que estaba moviendo una novela por varias editoriales. Además de este blog, claro. Se le iluminó la cara, y tras hacerme jurar y perjurar que no se lo contaría a nadie, me explicó, a trompicones, la historia que le llevó a coger el coche aquel día. Y también comenzamos a escribir este relato. Por supuesto lo que le he presentado a él nada tiene que ver con esto que he colgado finalmente, pero él cree que sí y es lo importante.
Mi abuelo guardó el luto a mi abuela, hasta que conoció a «la mujer». Que no su mujer por aquella época, ya que era la de otro. Veraneaba con su marido siempre en España, y desde que conoció a mi abuelo no cambió de ciudad. Verano tras verano, año tras año. Mis padres no se enteraron de este romance, hasta que ya les resultó imposible sostenerlo por más tiempo. Él, perro fiel, le propuso algo serio, formal. Ella, luz sin sombras, no aceptó. Al verano siguiente a la propuesta no regresó. No pudo volver a disfrutar de su humor alocado e inteligente, de su compañía de gata independiente, ni del sexo huracanado al principio, destilado, lúcido con el paso de los años.
Cuando ya no la esperaba le llegó una carta, dos o tres veranos después del último que estuvieron juntos. No daba explicaciones ni perdía perdón. Trataba de hacerle entender sus necesidades y cómo éstas no coincidían con las suyas. Mentía, me dijo mi abuelo, le faltó valor para vivir una vida estable y tranquila. No lo pensó bien, me dijo. Al final de la carta escribió: «En el día de tu ochenta cumpleaños, si aún sigues pensando en mí, acércate a nuestro parque». Y eso iba hacer mi abuelo antes del desafortunado accidente. Y por eso publico este relato en el blog, mi abuelo tiene la secreta esperanza de que ella lo lea y le espere; su Irene Adler, como él la llamaba, pese a que su apellido fuera otro.


NOTA: Me veo obligado a reeditar este texto dos semanas después de publicado. Mi padre me obliga a adjuntar esta nota después de contarles todo lo ocurrido: «Por favor papá, vuelve a casa o al menos da señales de vida. Tu familia está preocupada por ti».
NOTA II: Esta la escribo solo yo, abuelo: saluda a Irene de mi parte.

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