miércoles, 25 de abril de 2012

Y EL CIELO SE LLENÓ DE CERDOS

      Hay que ser muy simple para resultar siempre coherente.


PABLO TUSSET, En el nombre del cerdo.


Mataba cerdos. Se dedicaba a matar cerdos por diferentes pueblos. Y no para matanzas por encargo, o porque tuvieran alguna enfermedad. Ni siquiera lo hacía mediante una inyección o de forma rápida e indolora. Mataba cerdos casi por placer, a hurtadillas, con una sonrisa en la boca. Los asesinaba. Cometía asesinatos porcinos. 
Con una vieja furgoneta los secuestraba, cuanto más grandes y feroces parecieran, mejor. Peleaba con ellos para intentar subirlos al vehículo, y cuando lo conseguía se los llevaba lejos y los soltaba en algún descampado. Si el cerdo decidía pelear, se peleaban. Si decidía huir, lo perseguía. Tan sólo en este último caso, al considerar a ese cerdo como un animal cobarde, utilizaba un cuchillo para terminar con él. Si el cerdo no huía y se enfrentaba a su secuestrador, peleaban cuerpo a cuerpo, lo que solía costarle magulladuras, moratones y en muchas ocasiones heridas de cierta importancia. Y es que había cerdos muy valientes. Y muy brutos. 
Había alcanzado cierta fama a base de asesinar cerdos. Y estaba orgulloso de ella. Nadie podía ponerle cara, nunca le habían visto hacerlo, pero sus crímenes eran conocidos incluso en la red. Él mismo había subido algunos videos y había dejado claras sus intenciones. Cada vez que secuestraba y mataba a un animal, subía un video en el que explicaba dónde se podía encontrar el cadáver y a quién pertenecía. Normalmente los cerdos eran propiedad de terratenientes, de personas de poder en las zonas rurales. Sus vídeos tenían decenas de miles de visitas, sobre todo por sus consignas revolucionarias. En sus discursos explicaba que hacía lo que hacía por la revolución proletaria. Ante la situación del país y dada la escasa reacción de la clase obrera, se había propuesto terminar con todos los cerdos de una región. Según él, la carne de cerdo era muy barata y todo el mundo podía permitirse comerla. Dado que la crisis apretaba pero no ahogaba, la gente sin empleo y sin dinero, se asían al cerdo para sobrevivir, para poder alimentarse. Según su teoría, para que se produjera una reacción en la población contra el capitalismo, la crisis debía ahogar a las personas, y eso no se conseguiría hasta que todos los cerdos desaparecieran y ya nadie tuviera algo tan económicamente accesible que llevarse a la boca. En todos sus videos llamaba a la población a sumarse a esta “matanza por la libertad”, como él la llamaba, para cambiar el país y el transcurso de la historia.
Ahora se encontraba frente a un cercado en el que había alrededor de cincuenta cerdos. Era de noche y el pueblo era un pueblo grande. En él se disponía a dar el golpe definitivo. Esos cerdos pertenecían al alcalde, quien había conseguido amasar su fortuna a base de amañar elecciones. Era el mayor cacique de la zona y el pueblo tenía bastante renombre siendo a su vez cabecera de comarca, por lo que esperaba salir en todas las noticias.
     Se disponía a secuestrar a los dos cerdos más pesados para después batirse cuerpo a cuerpo con los dos a la vez, si así lo deseaban. Si salía con vida, volvería al lugar del secuestro para quemar al resto de los animales y conseguir así su propósito de salir en prensa. De, a ser posible, abrir los informativos y ocupar las primeras páginas de los periódicos.
Saltó la verja con un gran saco. Previamente había dejado la parte de atrás de su furgoneta abierta, para poder meter a los cerdos con mayor facilidad. Localizó al que estaba buscando y con suma violencia saltó sobre él y tras un largo rifirrafe consiguió introducir la cabeza del animal en el saco, inmovilizarlo en parte y conseguir así, poco a poco, meterlo entero y encerrarlo dentro. Cuando ya lo había conseguido fue a por el segundo. Éste le costó menos. No tuvo más que acercarse, arrinconarlo y darle una patada en el hocico para dejarlo medio grogui. Subió a los dos a la furgoneta y puso rumbo a un prado que había visto de camino, donde combatir a cara de cerdo con los dos animales cabreados que llevaba en la parte de atrás de la furgoneta.
Antes de bajar y abrir la furgoneta, quiso cerciorarse de que no hubiera nadie por los alrededores, por lo que dio un par de vueltas muy despacio. No vio a nadie, así que decidió que había llegado el momento de la verdad. Bajó, sacó primero a un cerdo y luego al otro. Y los soltó. Los animales, enfurecidos, se le encararon, incluso pareciera que su ataque fuera a ser combinado, como si lo hubieran hablado previamente. Si así hubiera sido, el futuro de la humanidad que se estaba debatiendo en ese descampado, con esos dos cerdos, hubiera sido bien distinto, puesto que ningún humano hubiera tenido la más mínima oportunidad frente a dos cerdos coordinados. Sin embargo, para sorpresa de aquel hombre, los cerdos parecieron entender el mensaje que él quería mandar con su secuestro y posterior asesinato a sangre fría. Tal fue así, que en un acto de inteligencia y tremendo sacrificio por la humanidad, los cerdos comprendieron que debían matarse el uno al otro, para hacer por los humanos, lo que los humanos no eran capaces de hacer por ellos mismos. Así comenzaron una lucha cuerpo a cuerpo, cerdo a cerdo, hasta que los dos, mal heridos, murieron. 
El hombre quedó perplejo, pero más convencido que nunca de su misión. Cuando se cercioró de que estaban muertos, subió a la furgoneta y volvió al cercado de donde había sacado a los dos cerdos suicidas. Encontró que el resto de la piara estaba muy tranquila, adormecida. No lo dudó, sacó de la furgoneta un bidón de gasolina y roció, primero el perímetro y después a los propios cerdos, que no parecían demasiado alterados. Cuando estuvo a salvo, encendió varias cerillas y las arrojó en distintos puntos. Todo prendió. Tan sólo se quedó allí un minuto, pero el olor a panceta, a jeta, le confirmaba que los cerdos estaban muriendo chamuscados uno a uno. Su trabajo estaba hecho.



Dos días después del incendio de la granja, se habían producido muchos más en distintos puntos del país. Unas semanas después, los dueños de los cerdos que quedaban con vida se habían organizado para defenderlos. Unos meses después y tras varios muertos por culpa de reyertas en granjas, ya casi no quedaban cerdos con vida. El gobierno no tenía establecido un protocolo para esta situación y no supo reaccionar a tiempo. Antes de un año, aquellas miles de personas que habían decidido terminar con los cerdos, se propusieron también terminar con la situación económica y política. Se sumaron a ellos cientos de miles de personas. Otros movimientos surgieron en otros países, otros cerdos estaban muriendo de forma indiscriminada en Europa. Ya no había marcha atrás. La Revolución había comenzado.



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