miércoles, 26 de marzo de 2014

NI VERSOS NI LIBRES II

                  Una palabra que bebió sombras para brillar ardiéndose.


            JUAN GELMAN, Mundar.


I

Navegan los barcos en primavera. Todo tiene su orden, avanza en su pasado.
Los números mienten con argumentos rotundos, mientras los días que fueron se cuentan por personas o lugares.
La vida no termina nunca.


II

Las fotografías permanecen intactas, les dan igual los años y las arrugas en los ojos de quien las mira. Son soles a veces, no acaban.
Sobrevivimos a todos los finales.


III

No estamos todavía allí. Hemos vuelto al futuro reciente, dispuestos a arrojar las armas al fuego para pelear con puños cerrados y pies de pluma.
Llegará la luz que lo inunde todo.



miércoles, 5 de marzo de 2014

FANTASMAS

      Crujen las cartas que nunca te escribí.
Matan al perro en mi memoria siempre.
¿Quién le da de comer?


JUAN GELMAN, Mundar.


Primero se cruzó con él en la calle y después  en una tienda especializada en tartas por encargo. Las dos veces pensó que a su cara le faltaba pelo, parecía desnudo, una persona extraña, distinta. En su caso, pensó también, eso podía ser bueno.
La primera vez que pasaron al lado el uno del otro no se dio cuenta de quién era hasta que avanzó unos metros, entonces se volvió, para descubrir que también él se había vuelto a mirarla. Siguió avergonzada su camino, no quería que la viera, no así. Minutos después entró en la tienda y descubrió que la había seguido, o al menos entró justo después, para quedarse quieto, mirándola con ojos tristes. 
—¿Te ha sobrado algo hoy? —había preguntado justo cuando él entraba por la puerta de la tienda.
No podía haber oído la pregunta, el timbre, molesto, que sonaba cada vez que alguien cruzaba el umbral debía haber camuflado sus palabras. La dependienta no había contestado. Como casi siempre se dirigió al interior, al almacén suponía ella, para ir en busca de algún pastel, a veces, incluso, de un pedazo de buena tarta.
Durante el escaso minuto que tardó en volver la dependienta solo se atrevió a mirarle fugazmente a través de uno de los espejos de la pared, dándose cuenta de que él no podía parar de hacerlo. No intercambiaron ni una sola frase.
—Gracias —dijo cuando recibió dos pasteles envueltos por separado.
Salió del establecimiento sin cruzarse con sus ojos, por suerte no ocupaba la puerta y no tuvo que pedirle que se apartara. Cuando pisó la calle se percató por primera vez de que era noche cerrada y hacía frío, como siempre durante los primeros días de primavera.
Abrió uno de los pasteles y lo devoró, literalmente, no podía controlarse si llevaba todo el día sin comer. Continuó caminando y ya casi se había olvidado de él, cuando escuchó unos pasos varios metros por detrás de los suyos. No quería mostrarle el camino hacia la nave donde se alojaba esa noche, así que caminó sin rumbo durante unos minutos, esperando a que se cansara de seguirla mientras engullía el otro pastel con la misma rapidez que el primero.
Pasó casi media hora caminando sin rumbo fijo intentando recordar todo lo que habían vivido juntos. Recordaba con escolta, pensó, sintiéndose arropada mientras rememoraba aquellos tiempos desubicados temporalmente en su memoria: las tardes en el parque, sentados en el banco compartiendo litrona y porros; las discusiones sobre nada; el sexo salvaje; dormir abrazados tras el maremoto de orgasmos cerebrales y el posterior acaloramiento después de haber compartido jeringuilla…
     Paró en seco, aún sentía su presencia a pocos metros de distancia. Esperó a que dijera algo, mientras arrugaba, nerviosa, el envoltorio que había llevado consigo durante todo el trayecto sin darse cuenta. 
     Respiró hondo, se apartó el pelo de la cara, lo notó entonces más sucio que nunca y por primera vez en muchos meses se avergonzó de su aspecto.
—¿Qué quieres? —preguntó girando sobre sí misma para descubrir que estaba sola.

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