jueves, 25 de julio de 2013

OTRA PIEZA MÁS EN EL PUZZLE

         Ella, por su parte, se echó a temblar así que me vio.


NORMAN MAILER, Los tipos duros no bailan.



Con el cuchillo entre los dientes hurgaba en el estómago abierto de la mujer, que tendida en el suelo, escupía sangre cada vez con menos fuerza. Fue sacando parte de los intestinos, realmente poco o nada sabía de las entrañas del cuerpo humano, por lo que iba extrayendo material orgánico sin saber muy bien qué era. La sangre que emanaba la boca de aquel cuerpo ensangrentado se había transformado en apenas unos hilillos rojizos que caían por la comisura de los labios. Hacía ya unos minutos que había perdido la vida, pero por dentro aún estaba caliente.

Hubo órganos que no consiguió extraer, por mucho que intentó tirar de ellos. Tampoco tenía la necesidad de sacarlos todos, podía perfectamente abrirlos dentro del cuerpo con el mismo cuchillo que había utilizado para destrozarla. Pese a no llevar más que unos minutos buscando, estaba empezando a impacientarse, pues la sangre llegaba peligrosamente al umbral de la puerta y pronto saldría al pasillo a la vista de cualquier vecino. Excitada como estaba no pensó en poner algún paño en la puerta, además, no era su casa, no sabría donde encontrar uno.
Cansada y asqueada se oía a sí misma jadear cada vez más, con las manos hundidas en aquel cuerpo caliente, chorreante, eviscerado; que guardaba en algún recoveco lo que ella necesitaba. El calor asfixiante del verano convertía aquellos angustiosos momentos en una odisea de sudor y mal olor. La temperatura se hacía insoportable por momentos y las ganas de beber agua se mezclaban con las ganas de vomitar. 
Su teléfono móvil comenzó a sonar. Con las manos empapadas en sangre abrió la tapa.
—No es un buen momento —dijo—. Estoy en plena faena. 
—¿Ya está abierta? —preguntó la voz metálica que la había guiado durante los últimos días.
—Sí —contestó mientras seguía hurgando con la mano que tenía libre.
—Se me olvidó decirte que esta es un poco especial. La pieza no está en su interior… o al menos no tan adentro.
—Ya me lo podías haber dicho antes.
—Forma parte del divertimento.
Hubo unos segundos de silencio. No quiso colgar por si necesitaba oír algo más.
—En el telediario eres sospechosa. Hay ya un gran revuelo. Se están descubriendo los asesinatos, tu nombre comienza a sonar con fuerza…
—No necesito que me cuentes eso ahora.
—Sé que no lo necesitas, pero quiero contártelo. Es parte del divertimento también.
—¿Cómo conseguís introducir las piezas en los cuerpos?
—Eso lo sabrás a su debido tiempo, o tal vez no. No depende de mí.
—¿De quién depende entonces? ¿Hay más psicópatas como tú?
—Si no hubieras hecho lo que no debías…
—¿Todo esto por aceptar dos mil euros al mes durante un año? 
—Como concejala no deberías aceptar sobornos… Pensé que estarías aprendiendo la lección con esta experiencia, es el décimo asesinato que cometes en dos días.
Mientras hablaba intentó dar la vuelta al cadáver sujetándolo por las muñecas. Notó un pequeño bulto. Ahí estaba.
—¡La encontré!
Cogió el cuchillo dejando el móvil en el suelo. Introdujo el cuchillo ensangrentado en la muñeca, clavándolo sin ningún pudor y destrozando también aquella parte del cuerpo, que pronto se convirtió en un amasijo de tendones desgarrados chorreantes de sangre. Pese a ello tuvo que escarbar para coger la pieza entera.
—¡La tengo! —gritó, satisfecha—. Es un seis.
—Ya tienes los diez números de la cuenta corriente.
—Las cuentas corrientes tienen veinte y una tarjeta para poder sacar el dinero y huir del país. Como prometiste.
—Te voy a confesar algunas cosas de las que no pensaba hablarte. La primera es que pese a ser el primer experimento que hacemos, ha salido muy bien. Tu elección no fue al azar, pero no pensaba que fueras capaz de llevar a cabo los asesinatos. Pensé que te entregarías o intentarías huir.
—Conocía bien a algunas de estas personas, tampoco eran trigo limpio. La mayoría verdaderos hijos de puta. O hijas de puta.
—En eso tienes razón. También eran corruptos, cada uno en su ámbito. 
—¿Qué había hecho esta? —preguntó, en tono despectivo.
—Había engañado a muchas buenas personas para que invirtieran su dinero. 
—Ya… ¿Que sois unos Robin Hoods sádicos?
—No nos hemos puesto nombre. Pero ése no es malo.
—Tengo un poco de prisa, ¿dónde están los otros diez números y le tarjeta?
—¿Tienes papel y bolígrafo?
Miró a su alrededor y no vio con que apuntar. La voz metálica comenzó a dictar los números y sabía que no los repetiría. Así  que utilizó la sangre como tinta, su dedo como pluma y el suelo como papel en blanco.
—¿Los tienes?
—Los tengo —sonrió, satisfecha.
Hubo unos segundos de silencio.
—¿Y la tarjeta?
—Antes, debes hacer algo por mí.
—¡Otra vez no! Me prometiste…
—Ya sé lo que te prometí. Es parte del divertimento prometer y no cumplir, ¿o no?
—…
—Tranquila, no cometerás más asesinatos. Aunque tampoco parece que te haya costado demasiado… Una última prueba y te diré dónde está la tarjeta.
—¿Cuál es?
—Quiero que cojas la pieza del puzzle y la introduzcas en tu vagina. Alguien la requerirá en unos días…
              

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