Sus ojos de eucaliptus roban sombra,
su cuerpo de campana galopa y golpea.
PABLO NERUDA, Residencia en la tierra.
—No puedo pensar en otra cosa.
—¿En qué?
—No puedo evitar pensar que la boca que me habla, que esos labios que se mueven, que esos dientes tan blancos han chupado mi polla.
—¿Y qué?
—Que me da morbo.
—¿Te excita?
—No exactamente. Me da morbo.
—¿Qué diferencia hay?
—No lo sé. Pero ahora no estoy excitado, simplemente pensar, hablar de ello contigo, me da morbo.
—¿Te corriste en mi cara?
—¿No te acuerdas?
—¿Por qué debería? ¿Te acuerdas tú de todos los polvos que has echado?
—No. No me acuerdo de todos. Pero de ti sí me acuerdo.
—¿De cuando follamos?
—Sí… de eso y de todo lo demás.
—¿Todo lo demás?
—Sí, ya sabes…
—¿De qué?
—No me mires así, sabes perfectamente de lo que hablo: las sensaciones, las caricias, los sonidos.
—¿Los mimos? ¿El “después”?
—Sí, llámalo como quieras. Pero no ha pasado tanto tiempo como para que lo hayas olvidado.
—¿Hiere eso tu orgullo de macho? ¿Cuánto hace que no nos vemos?
—Tres años.
—¿Y desde la última vez que follamos?
—Lo mismo.
—¿A cuántas tías te has tirado desde entonces?
—No lo sé... diez, once, doce…
—¿Alguna especial?
—No… ¿Te imaginas lo que debe sentir alguien que haya subido al Himalaya? ¿Alguien que haya coronado el Everest? Esa sensación de que ha hecho algo especial, el vacío al pensar que por su propio pie jamás podrá subir más alto. La certeza de que no hay montaña en la faz de la tierra que supere esa cima…Yo… llevo tres años bajando esa montaña…
—Sí.
—¿Sí qué?
—Te corriste en mi cara.
¡Me encanta!
ResponderEliminarMuchas gracias Rocío. Este relato ya tiene algunos años.
ResponderEliminarVeo que estás publicando más ahora. En cuanto saque un rato, me paso por tu blog.
Un saludo