domingo, 17 de febrero de 2013

TIERRA MOJADA

     Pasos. Una puerta se queja en mi memoria. Habría que aceitar los goznes. Fijar las bisagras.


     LUIS SEPÚLVEDA, Nombre de torero.


  La tormenta  de verano había interrumpido bruscamente la interminable sequía que inundaba la provincia. El cielo había vuelto a despejarse tras la tormenta, el sol se ponía y comenzaba a inundar el aire el olor a tierra mojada. El hombre sentado en una piedra en medio de un prado cercano a su casa, situada a la afueras de la ciudad, había soportado todo el chaparrón inmóvil, sabiéndose seguro en la intemperie, protegido por el agua que caía sin cesar. Transcurrieron momentos durante el aguacero que no veía más allá de sus propias pestañas, eso le hacía sentirse arropado; la lluvia intensa, dolorosa, le hacía sentirse a salvo, libre.
Hacía varios años que tenía esa costumbre, siempre que llovía cogía su chubasquero, sus botas y salía a caminar o se sentaba a pensar, a recordar otros tiempos. Llevaba a cabo el ritual tanto por placer como por seguridad. Y todas las veces volvía a su recuerdo aquel día. Regresaba a su memoria en forma de chispazos, de sacudidas nerviosas que conseguían asentarse para que  pudiera volverse a contar lo acontecido. 



     Todo comenzaba con varios destellos que traían a su mente imágenes en los que veía el furgón con el dinero y la pistola en su mano, la huida fácil, la cara de perplejidad de su compañera después de hacer el amor de forma salvaje tras el éxito de la operación. Se henchía entonces de orgullo, de satisfacción por el deber cumplido. Seguro de sí mismo y de sus ideales, creyendo que había servido a un fin que estaba por encima de él, de ella, su compañera sentimental y de comando. Recordaba entonces la conversación telefónica con su superior, y la hora y el lugar para entregar el dinero: Plaza del Obradoiro a las doce de la noche.
  Más convulsiones sacudían su cabeza, se veía a sí mismo contando el dinero, revivía la sensación profunda de descanso tras varias noches sin dormir, el presentimiento de que algo no iba bien. Pero la historia cobraba sentido realmente cuando la imagen que dominaba sobre el resto aparecía amenazante, inolvidable: ella con la capucha de su impermeable tapándole la cara, dejando al descubierto tan sólo un mechón negro de pelo y uno de sus enormes ojos marrones, millones de gotas de agua volando a su alrededor y el Obradoiro, vigilante, al fondo.  
  Más chispazos en forma de recuerdos: un beso extraño, sirenas de policía, disparos, sangre, gritos. La huida torpe sin soltar el dinero ni su mano, sudor, frenazos de coche, más sirenas. Y por fin el silencio. Los dos solos, a salvo, apoyados contra la pared tras doblar una esquina mientras la lluvia arreciaba violentamente. Volvía a sentir entonces el desconcierto al no encontrar explicación a lo sucedido. Recordaba, y esto lo hacía con la mayor nitidez posible, cómo se había dado la vuelta para vigilar si algún policía les había seguido y era en ese preciso instante cuando se daba cuenta de todo. Bruscamente se giraba pudiendo comprobar como su temor era real: ella sostenía una pistola que le estaba apuntando a la cabeza. El recuerdo aquí se torcía, se volvía borroso. Recordaba un forcejeo, una discusión breve, gritos de dolor y un disparo que terminaba con la vida de su compañera.
  Más destellos: lágrimas, miedo, sangre arrastrada por el agua, gritos de rabia, sirenas de policía y otra huida. De nuevo a salvo, tal y como el hombre recordaba, recibía la llamada de su superior. Habían sufrido muchas bajas y estaban al corriente de la muerte de su compañera. Todo indicaba que el soplón era él, no podía ser otro. Él trataba de explicarse pero ya no se le permitía, estaba sentenciado a muerte. 
  Más recuerdos: gritos de rabia, de angustia, lágrimas, desesperación y un mensaje al móvil: “No sé si has sido tú, pero van a por ti. Escóndete bien y aprovecha el dinero que espero tengas en tu poder. No intentes explicarte. Huye lejos y sal a la calle sólo cuando haya tormenta, las gotas de lluvia impedirán que puedas ser identificado. Regresa a tu escondite cuando empiece a oler a tierra mojada.”


  Hacía unos minutos que había dejado de llover. El hombre mira al horizonte como quien aspira a un sueño inalcanzable. Contempla, todavía sentado, como el sol se esconde poco a poco, a lo lejos. Cierra los ojos y saborea el olor a tierra mojada, los abre y el color de ese atardecer que muere llena sus pupilas, lo colma de paz. 
     Decide no levantarse, sabe que están ahí. Durante las últimas semanas ha tenido indicios de que lo habían encontrado. Escucha unos pasos detrás de él, alguien se acerca sigilosamente. No se mueve, continúa mirando al frente, ensimismado, henchido de calma, sereno.
     —Seguiste mi consejo —le dice una voz familiar.
     Deja pasar unos segundos antes de contestar, intenta apurar las últimas sensaciones: el aire entrando y saliendo de sus fosas nasales, el viento tocando su cara, el horizonte rojizo deslumbrando sus ojos.
     Oye el replicar de una pistola y siente el frío del metal en su nuca.
     —Yo no fui —susurra mientras cierra los ojos.
     —Eso ya no importa.
     El disparo es escuchado tan sólo por los animales. Un hombre sale corriendo sin mirar atrás y se monta en un coche dejando allí tendido un cadáver brutalmente ignorado por el paisaje. 

martes, 5 de febrero de 2013

ENTRADA ACLARATORIA II

         La primera entrada de Cunetas Secundarias (“Entrada aclaratoria”) la utilicé  para explicar algunos aspectos relacionados con el blog. Me parece que ha llegado el momento de emplear otra porque hay novedades que afectan a los relatos que pueda continuar subiendo.

  He decidido escribir una novela. No es la primera vez, ni espero sea la última. Cualquiera que lo haya intentado sabrá lo difícil que resulta, y más para alguien que no es ni mucho menos un experto. No sé si la terminaré, pero tengo algunas ideas y me apetece intentarlo. Aún es un esbozo en mi cabeza, que ya lleva tiempo pidiéndome paso. Y quiero que pase.

  Debido a lo costoso del intento y puesto que una vez terminada, si eso sucede y creo que merece la pena, me gustaría intentar su publicación, reduciré el número de entradas en este blog. Desde ahora los relatos que suba seguirán siendo míos, pero los iré sacando, con algunos retoques, del archivo donde están guardados desde hace algún tiempo. 

  Intentaré seguir los cuatro o cinco blogs que leo normalmente y aquellos que se puedan ir sumando con el tiempo, aunque seguramente no pueda hacerlo tan frecuentemente como hasta ahora, o tanto como me gustaría.

  Si únicamente lo intento, o voy más allá del intento y consigo uno de los objetivos (el otro es aprender por el camino), por aquí lo anunciaré.


  Gracias.

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